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Principales ambientes y lugares del Templo
El Cristo Crucificado en la Iglesia del Carmen

 

Bendecida la iglesia del Carmen el 23 de abril de 1904, contaba en principio con tres imágenes: la Virgen del camarín, Santa Teresa y San José, debidas todas al afamado artista catalán, establecido en Madrid, Francisco Font.

En los años siguientes se fueron adquiriendo otras tallas, pero era apreciable la falta de un Cristo Crucificado, efigie sacra fundamental en cualquier templo católico. Esto motivó la adquisición, a principios de 1913, de una soberbia escultura que se colocó en el muro lateral de la capilla de San José. En su Monografía del convento de Padres Carmelitas Descalzos de Santander, editada en 1955, el P. Juan José de la Inmaculada atribuye esta obra al mismo Font antes citado, pero lo cierto es que fue realizada por el que entonces era escultor de la Catedral Nueva de Vitoria -en construcción a la sazón- Emilio Molina Payés.

Con el título "El Cristo del Carmelo", publicó El Diario Montañés en su número correspondiente al 3 de abril de 1913 un artículo del que transcribimos los comentarios referentes a la calidad artística de la imagen:

"Una verdadera obra de arte acaba de adquirir la Comunidad de Padres Carmelitas de nuestra ciudad; un magnífico Cristo de talla de tamaño natural, obra del piadoso y notabilísimo escultor D. Emilio Molino (sic) Payés. Inspirado estuvo el artista, iluminado por su fe religiosa, asegurada su hábil mano por el pleno conocimiento de la anatomía y de la historia sacra, por el concienzudo estudio de los modelos del gran Montañés, de quien es fervoroso admirador. Es el Cristo la imagen fiel de 'un hombre recién muerto'; el semblante cadavérico conserva el sello augusto de la Divinidad encarnada; el cuerpo vencido por la inercia, por la gravedad de la materia sin vida, parece en su parte inferior encogerse, hundiéndose la cabeza entre los alzados hombros, mientras los brazos -cuyos músculos y tendones se destacan perfectos- se distienden, clavados en lo alto de la cruz. El color es el propio de un cuerpo exangüe; la proporción y anatomía perfectas. Y sobre este acabamiento como obra de arte naturalista, destácase en la imagen la unción religiosa, la compunción que inspira, la devoción que brinda. Porque el señor Molino (sic) Payés es no solo un excelente escultor, es un artista cristiano, creyente y fervoroso; por eso a sus obras religiosas las imprime siempre el quid dificilísimo que no suele darle más que la inspiración nacida de la fe. El Cristo pende de un leño incrustado en una historiada cruz (...)". La celebrada efigie fue sufragada con limosnas de los fieles recogidas al efecto.

En cuanto al apellido del autor, era realmente Molina, aunque en diversos artículos del mencionado periódico relativos a esta y otras creaciones suyas para Santander se le llame sucesivamente Molino, Molinas y Malinas.

Al mismo tiempo que el Crucifijo, el artista realizaba dos tallas, más pequeñas pero también muy artísticas, de la Dolorosa y San Juan Evangelista; se colocaron a ambos lados de San José, donde hoy están San Joaquín y Santa Ana. Su aceptación fue tan grande que, cuando en 1914 la V.O.T. de San Francisco de nuestra ciudad decidió encargar un San Juan de tamaño natural para las procesiones de Semana Santa que sustituyera al antiguo, se lo encomendó a Emilio Molina (esa talla se inauguró en 1915 y ardió en un incendio fortuito declarado en la antigua iglesia de San Francisco el 20 de diciembre de 1920).

El Crucifijo carmelitano, puesto bajo el título "de los Afligidos", alcanzó pronto notable devoción. En las Novenas de Difuntos (popularmente llamadas "de Ánimas") que la Cofradía del Carmen asumió como cosa propia a partir de 1915 y que ya por aquellos tiempos se desarrollaban del 2 al 10 de noviembre, la imagen era colocada en el centro del altar sobre severo dosel negro que aparecía encima del manifestador (al que se despojaba de su aguja), flanqueada por los dos ángeles orantes que entonces existían en el presbiterio, las luces de los cuales se pintaban de morado para la ocasión, así como las que directamente alumbraban al Señor desde la parte superior del dosel; abajo, en medio del crucero, se alzaba el túmulo que entonces era costumbre erigir, cubierto por telas ricamente pintadas sobre las que se ponía un lienzo con representación de la Virgen del Carmen socorriendo a las almas del Purgatorio, obra del notable artista cántabro Angel Espinosa y cuyo costo fue de 580 pts. Al túmulo, que alumbraban en principio fúnebres hachones alimentados con alcohol, se añadieron en 1919 siete pilastras jaspeadas unidas entre sí mediante cadenas, sobre las cuales las mechas de combustible expandían luz sepulcral en torno. El conjunto debía causar lúgubre y espeluznante impresión, como era tan propio del efectismo correspondiente a la mentalidad religiosa de la época.

De la importante veneración que la efigie del Señor llegó a gozar da testimonio un documento, que aún hoy se conserva en la casa carmelitana, fechado el 22 de febrero de 1922, el cual reza lo siguiente:

"PÍO P.P. XI. PARA PERPETUA MEMORIA. Habiendo a Nos elevado ardientes preces el Superior de los Carmelitas Descalzos del convento de la ciudad de Santander en España para que, llevados de nuestra benignidad, nos dignásemos enriquecer perpetuamente con gracias espirituales de especiales indulgencias la Iglesia del mismo convento y la efigie del Santísimo Cristo en ella existente, Nos, ardiendo en deseos de aumentar la religión de los cristianos y de procurar por la salud espiritual de las almas por medio de los tesoros espirituales de la Iglesia, hemos juzgado acceder de buen grado a esos ruegos.

Con cuyo objeto, escuchando el dictamen de nuestro Amado Hijo el Cardenal Penitenciario Mayor de la S.I.R., por la misericordia de Dios Omnipotente y de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, revestidos de su Autoridad, concedemos misericordiosamente en el Señor de un modo perpetuo INDULGENCIA PLENARIA y remisión de todos sus pecados a todos y cada uno de los fieles Cristianos de ambos sexos que, verdaderamente arrepentidos, se confesaren y recibieren la Sagrada Comunión y visitaren la sobredicha Iglesia del convento de los Carmelitas Descalzos de la ciudad de Santander y la imagen del Santísimo Cristo en ella existente y allí mismo rogaren a Dios por la concordia de los Príncipes Cristianos, extirpación de las herejías, conversión de los pecadores y exaltación de la Santa Madre Iglesia, los Domingos y Viernes de Cuaresma, todos los días de Semana Santa, en las festividades del Corpus, del Sacratísimo Corazón de Jesús, de la Invención y Exaltación de la Santa Cruz, de los Dolores de la Bienaventurada Virgen María y además en cuatro días libremente escogidos durante el año. Además, en los restantes días del año concedemos igualmente, en la forma acostumbrada en la Iglesia, Indulgencia parcial de siete años y cuarenta días a los mismos fieles que visitaren la sobredicha Iglesia y rezaren, al menos con el corazón arrepentido, ante la efigie del Santísimo Cristo en ella expuesta a la pública veneración, cinco 'Padre Nuestros, Ave Marías y Glorias' o estuvieren presentes a alguna Misa que se celebre en la referida Iglesia.

Todas y cada una de las cuales indulgencias o remisión de pecados concedemos puedan aplicarse a modo de sufragios por las almas del purgatorio. No siendo obstáculo ninguna disposición en contrario. Las presentes letras serán valederas perpetuamente.

          Más, es nuestro deseo que a los ejemplares, aún impresos, de las presentes letras, suscritas por un Notario público y selladas con el sello de la persona constituida en dignidad eclesiástica u oficio, se las dé absolutamente la misma fe que la que se daría a las mismas letras si se las exhibiesen o mostrasen.

Dado en Roma, en San Pedro, bajo el anillo del Pescador, el día veintidós de Febrero de mil novecientos veintidós, Año Primero de nuestro Pontificado = P. Card. Gasparri, Secretario de Estado".

En la segunda quincena de agosto de 1936, estando la iglesia cerrada al culto (desde el día 13) con motivo de la Guerra Civil, fueron destruidas la mayor parte de las artísticas tallas que atesoraba. Por desgracia, una de ellas era el Santísimo Cristo; también se despedazaron -entre otras muchas- la Dolorosa y el San Juan que había esculpido Emilio Molina al tiempo que el Crucificado.

Aunque el templo vuelve a abrirse a los fieles un año más tarde (29 de octubre de 1937), la adquisición de un nuevo Crucifijo se demorará hasta abril de 1942. Hay que congratularse de que, así como casi todas las efigies destruidas fueron sustituidas por otras de serie que donaron diversos devotos (las cuales no descuellan precisamente por su calidad artística), en el caso del Señor se adquirió una obra de talla cuyo costo ascendió a 6.000 pts., de las cuales sufragó la mitad la Comunidad Religiosa y la otra mitad la Cofradía del Carmen. Hace algo más de un cuarto de siglo se editó un tríptico informativo sobre la iglesia que, basándose en que la firma del autor y la fecha de ejecución aparecen en la cruz, afirmaba que era obra de "Gándara". La lectura resulta errónea, pues lo que dice la inscripción claramente es "Gómara, 1942". Corresponde la efigie, por tanto, a la producción del imaginero Francisco de Paula Gómara, que tuvo taller abierto durante muchos años en Barcelona, calle del Carmen nº 20, y que se anunciaba como especialista en la labra de Crucificados.

En verdad, su talla carmelitana es más que digna pues, dentro de un espíritu sumamente clásico y sereno, impregnado de la lección de los grandes maestros españoles pero sin concesiones al barroquismo, es muy correcto de formas, bien ejecutado y sentido de expresión... Representa al Señor ya muerto y alanceado, la bella cabeza suavemente inclinada a su derecha, paño de pureza de sobrio plegado y anudado al lado izquierdo, los pies atravesados por un solo clavo. Imagen, en suma, que resulta altamente estimable por su nobleza y corrección, por su belleza formal y la devoción que inspira. La cruz es redonda de sección, imitando un tronco natural.

Uno de los frutos de la gran celebración del 50 aniversario de la inauguración de la iglesia (1954), fue la restauración del interior de la misma. En el transcurso de estas obras se decidió suprimir el altar del Niño Jesús de Praga y Santa Teresita que se alzaba en el muro izquierdo del crucero y colocar en su lugar la hermosa imagen del Santo Cristo, sacándola de su tradicional pero poco lucido emplazamiento en la capilla de San José. A este efecto, los Talleres Artísticos de Andrés Novo Cuadrillero (importante figura local, que había obtenido I Medalla en la Exposición Nacional de Artesanía habida en Madrid en 1950) realizaron un gran retablo-dosel en madera, de líneas neogóticas como las del resto del templo, sobre el que se puso la imagen (ya en 1955). Así podemos verla en la actualidad.

No obstante, cabe decir que, adheridos al muro con mayor grado de humedad de toda la iglesia (pues es subterráneo respecto del exterior), el dosel y la talla del Señor se hallaban a fines del siglo XX en precarias condiciones de conservación. El primero precisaba sustitución de algunas planchas de madera y reposición de detalles desprendidos y la escultura estaba muy atacada por los xilófagos, preferentemente en la cabeza. Ante tal situación, el P. Francisco Javier González Ruiz encomendó a la excelente restauradora local Marisol Bolado Muñoz la rehabilitación del conjunto en julio de 2001, tarea que la especialista completó con feliz resultado poco antes de la conclusión del mismo año.

AUTOR: Francisco Gutiérrez Díaz