La bellísima imagen de la procesión, obtenida en 1923, no contaba con un juego de cetro, corona y aureolas (para la Virgen y el Niño) que resultara lo suficientemente magnífico. Conscientes de ello el Director de la Cofradía, P. José de Jesús María, y los directivos decidieron lanzarse al logro de tan costosa empresa en su reunión del 10 de marzo de 1928. Así dice un párrafo del acta: “Acuerdo 4º: Hacer por suscripción pública valiosa corona para la imagen de la Virgen del Carmen que se saca en procesión el día de su fiesta”.
La decisión de los promotores era tan firme que encargaron sin dilación una obra de joyería del más alto nivel artístico y de los más nobles materiales, como no se ha conocido -ni se conoce- otra en Santander, y la devoción popular resultaba tan extraordinaria que bastaron tres meses para allegar, mediante generosas donaciones, crecida cantidad de valiosos brillantes, perlas, rubíes, un enorme zafiro, etc., así como la importante suma que se requería. De ese modo, podemos leer en el acta correspondiente a la Junta General de la Cofradía celebrada en la iglesia el 1º de julio del mismo año 1928 lo siguiente:
“Habló después (el P. Director) del extraordinario esplendor que debían de revestir las próximas fiestas del Carmen, a lo que tendría que contribuir grandemente el entusiasmo que había despertado entre todos los santanderinos la valiosa corona, aureolas y cetro, valorado todo por el artista que lo confeccionó, señor Ginabreda, en cien mil pesetas aproximadamente y que se había hecho a universal satisfacción y por suscripción de solo los devotos y cofrades de la ciudad, en tres meses escasos. Agradeció a todos los donantes su generosidad tan grande en desprenderse del dinero, perlas y piedras preciosas para su confección.
Hizo un resumen descriptivo del significado de las diversas alegorías que integran la corona: triunfo de la Virgen del Carmen, ángeles; doble estrella de brillantes, alegoría de la Virgen del Carmen (Stella Maris) de la que arranca el santo escapulario, llevando a los lados inferiores la alegoría del escapulario en bellos esmaltes: amor de predilección, salvación en los peligros, asistencia en el trance de la muerte y en el Purgatorio, con dos alegorías suplementarias de Santa Teresa y de San Juan de la Cruz. En los arcos de la corona, azucenas, rosas, llamas de fuego y palmas del martirio, indicando su pureza simbolizada en la nubecilla de Elías, su caridad para con Dios, para con el prójimo y su asistencia como Reina de los Mártires a los que sufren.
Lleva además otros detalles dignos de notarse y, sobre todo, destaca el que, a pesar de tantos detalles, guarda unidad admirable, formando toda ella notable conjunto artístico.
Para que el acto de la imposición de la corona fuera digno, así como también los cultos de la Novena que habían de preceder al día grande del Carmen, hizo algunas atinadas reflexiones, exponiendo al mismo tiempo a la aprobación de los asistentes algunas proposiciones que fueron aceptadas”.
La prensa santanderina se hizo amplio eco del encargo de las joyas y de la coronación (no canónica) de la imagen procesional. Incluso publicó fotografías del artístico conjunto, obra magistral del prestigioso orfebre catalán José Ignacio Ginabreda, gracias a las cuales podemos comprobar cómo la gran aureola tenía en un principio las estrellas de ocho puntas, que hoy la orlan, tachonando su interior, mientras los bellos angelitos integrados por cabeza y alas han intercambiado su ubicación con aquéllas. En su número del 14 de Julio, El Diario Montañés señalaba:
“El reverendo padre director de la Cofradía de Nuestra Señora del Carmen, establecida en la residencia que los Carmelitas tienen en esta ciudad, se propuso adquirir para la imagen que se acostumbra sacar en la solemne procesión del día del Carmen una corona que fuera la más aproximada manifestación de la férvida devoción que los santanderinos profesan a la excelsa Madre del Carmelo, y la quería rica y suntuosa cual a tal Emperatriz conviene y artística y bella cual deben de ser todas las cosas que se dedican a la Reina de la virtud y de la belleza.
En verdad, con medios materiales no contaba; pero como la oración es el medio más potente para conseguir de Dios lo que en Cristo amamos, a Él y a la largueza de los hermanos cofrades acudió, y Dios la bendijo y los hermanos del Santo Escapulario, según sus fuerzas y posibles, aportaron sus limosnas; los ricos y los pobres allegaron sus recursos y lo que antes parecía un sueño podía, por la caridad ardiente de los cofrades, convertirse en lisonjera realidad. Y el Padre José se afanó, buscó y halló un artista capaz de traducir con el cincel lo que él llevaba en su imaginación, y la corona se ha hecho, rica y hermosa, como conviene a la altísima Dama que la ostenta.
Aunque casi imposible, intentaré hacer una ligera descripción, y es la siguiente:
Corona imperial alegórica, especie de apoteosis de la Virgen del Carmen. Frontis: parte más saliente, una palma de brillantes (expresión del triunfo de la Virgen del Carmen) sostenida por dos ángeles que indican ser debido este triunfo a la protección del cielo. Un poco más arriba -en el arranque del primer arco de la corona- doble estrella de brillantes (alegoría de la Virgen del Carmen) y, como arrancando de la estrella, el Santo Escapulario en esmalte. Más abajo, otros esmaltes alegóricos con los principales privilegios del Escapulario, tales como:
‘Amor de predilección’, representado por una joven que, al besar el escapulario que la Virgen le entrega, es mirada por la Señora con ojos predilectos.
‘Salvación en los peligros’, figura a la Virgen presentándose a salvar a la tripulación de una barca que zozobra.
‘Visita al Purgatorio y salvación de las almas’, aparece la Virgen del Carmen descendiendo a dicho lugar de expiación, escogiendo y conduciendo al cielo a las almas.
Más abajo de la doble hay otra pequeña estrella: la estrella del navegante sobre una barquichuela en relieve trabajada a cincel. Todo ello con la delicada combinación de colores que ni distraen la vista ni quitan unidad al conjunto.
Parte de los arcos de la corona llevan azucenas, rosas, llamas de fuego y una palma, trabajados igualmente en relieve y a cincel. Son éstos -como es sabido- los atributos de la virginidad, pureza, caridad, ardiente amor y de los trabajos de los santos mártires, puesto que así fue anunciado a San Elías en la misteriosa nubecilla, y la Virgen es la Madre de la caridad y la liberadora del Purgatorio y la Reina de los mártires.
Tales son las principales y más salientes características de la corona, existiendo otros muchos detalles que sería prolijo enumerar. En resumen: el conjunto es rico, suntuoso y bello, cual debe ser todo aquello que a la Reina de los Cielos se dedica. El orfebre ha estado inspiradísimo y en cuanto a los cofrades, que han contribuido a rendir tan espléndido tributo a la Virgen del Carmen, sin duda ninguna que Ella se lo tendrá en cuenta, así como los afanes de nuestro incansable Director; se lo pagará en las regiones del cielo, donde el pago ni se oxida ni se pierde”.
Predicó la Novena ese año el P. Fabián de San José, a la sazón Superior de la casa carmelitana de La Coruña, quien fue también el encargado del panegírico en la solemnísima misa mayor del día 16, que celebró el ilustre canónigo D. Lauro Fernández y en la que se cantó la Pontifical de Perosi. Por la tarde, tras el rosario y la Bendición Papal, tuvo lugar la ceremonia de la coronación, que relata así El Diario Montañés en su número del 17:
“Seguidamente, en la explanada de la calle del Sol, cuyas afluencias presentaban un magnífico aspecto por la multitud de personas allí congregadas, tuvo lugar el acto brillantísimo de la coronación de la Virgen.
En una tribuna elevada, junto a la residencia de los Carmelitas, y adornada con profusión de flores y con banderas nacionales, tomaron puesto las dignísimas autoridades eclesiásticas, civiles, militares y de Marina.
La valiosísima corona, adquirida por suscripción popular entre los devotos de la Virgen del Carmen, fue portada en bandejas por las señoras Tesorera y Secretaria de la congregación, doña Josefa Ibáñez, viuda de Sánchez, y doña Dolores Carretero, culta inspectora de Primera Enseñanza.
El muy ilustre señor Vicario Capitular, don José María Goy, bendijo la nueva joya con que la piedad del pueblo engalana a la sagrada imagen y, en medio de la general prosternación y mientras las bandas de música interpretaban la Marcha Real, procedió a colocar la corona a la Virgen del Carmelo. El momento fue de gran emoción.
Antes de esta ceremonia, todos los asistentes entonaron el Himno de Gloria, acompañado por la Banda Municipal de Música.
A continuación se organizó la triunfal procesión...”.
De las proporciones que ésta había alcanzado para entonces nos da idea el hecho de que hubo que contratar tres agrupaciones musicales, añadiendo a las tradicionales bandas Municipal y del Ejército la del Regimiento Andalucía nº 52 de Santoña.
La coronación corrió a cargo del Vicario Capitular por no haber hecho aún su entrada en Santander el nuevo Obispo, ya designado, D. José Eguino y Trecu.
Este suntuoso juego de coronas y cetro se utilizó también, hasta finales de los años 70 del siglo XX, para que lo luciera en su camarín la Virgen del Carmen del retablo mayor durante los días del solemne novenario de julio.
AUTOR: Francisco Gutiérrez Díaz